25 de marzo

Del amor y otras frustraciones

Una relación humana honorable, es decir, una en la que dos personas tienen derecho a usar la palabra 'amor', es un proceso delicado, violento y a menudo aterrador para ambos, un proceso de refinamiento de las verdades que pueden decirse entre sí. Pero entre las dualidades que le dan al amor tanto su electricidad como su exasperación (la interacción de la emoción y el terror, el deseo y la desilusión, el anhelo y la pérdida anticipada) también está el hecho de que nuestro camino hacia esta verdad que se refina mutuamente debe pasar por una ficción necesaria: nos enamoramos no solo de una persona totalmente externa a nosotros, sino también con una fantasía de cómo esa persona puede llenar lo que falta en nuestras vidas.

Todas las historias de amor son historias de frustración ... Enamorarse es saber de una frustración que uno no sabía que tenía (de las frustraciones formativas propias y de los intentos de autocurarlas); uno quiere tener a alguien, se siente privado de algo, y luego parece estar allí. Y lo que se renueva en esa experiencia es una intensidad de frustración y una intensidad de satisfacción. Es como si, curiosamente, uno estuviera esperando a alguien, pero no sabía quién era hasta que llegó. Ya sea que uno sepa o no que había algo que faltaba en la vida, se da cuenta de eso cuando encuentra a la persona que desea. Lo que el psicoanálisis agregará a esta historia de amor es que la persona de la que realmente te enamoras es el hombre o la mujer de tus sueños; que has soñado con ella antes de conocerla; no de la nada, nada viene de nada, sino de la experiencia previa, tanto real como deseada. La reconoces con tanta certeza porque ya, en cierto sentido, la conoces; y porque literalmente la has estado esperando, sientes que la conoces desde siempre, y al mismo tiempo, es muy extraña para ti. Es un cuerpo extraño familiar.

Esta dualidad de lo familiar y lo extraño se refleja en la relación osmótica entre la presencia y la ausencia, con la que todos los amantes enamorados están íntimamente familiarizados: esa intensidad paralela de anhelo por la presencia de nuestro amado y angustia en su ausencia.

Por mucho que hayas estado deseando, esperando y hayas soñado con conocer a la persona de tus sueños, solo cuando la conozcas comenzarás a extrañarla. Parece que la presencia de un objeto es necesaria para hacer sentir su ausencia (o para hacer que la ausencia de algo se sienta). Una especie de anhelo puede haber precedido su llegada, pero deben conocerse para sentir toda la fuerza de la frustración en su ausencia.

Enamorarse, encontrar la pasión, son intentos de localizar, hacerse una imagen, representar eso por lo que inconscientemente uno se siente frustrado. Este es el resultado de un proceso de idealización. Vemos el objeto de amor de la misma manera que vemos nuestro propio ego; por eso, cuando estamos enamorados, una gran parte de nuestra libido narcisista se vuelca sobre el objeto. Podemos, sin miedo a equivocarnos, asegurar que nuestra elección de objeto de amor deviene sustituto del ideal del ego que nosotros mismos no alcanzamos. Lo amamos porque le suponemos el perfeccionamiento de nuestro propio ego y queremos poseerlo de manera indirecta para satisfacer nuestro narcisismo.

Según Freud, nos enamoramos de las personas que reflejan nuestro ser ideal. El amor completa nuestro yo narcisista narcisista deficiente. Cuando el amor es recíproco, se elimina la tensión entre uno mismo y el otro, y el amante experimenta un alivio en la liberación de la envidia de las cualidades y habilidades de la otra persona. Esto conduce a la sensación característica de recompensa en presencia del amado, así como a una idealización del mismo.


¿Cómo escogemos a las personas de las que nos enamoramos?


Puede ser algo triste leer esto, pero tus parejas han encarnado al mismo objeto, siempre. Es decepcionante saber que, por más que nos empeñemos en buscar a alguien mejor (después de haber roto con esa mentirosa, manipuladora), siempre vamos a tener a la misma pareja, solo que en diferentes cuerpos. Es común ver a la mujer que siempre se consigue novios que la maltratan, o al hombre que siempre busca mujeres con temperamento fuerte. Es normal que al principio todo parezca diferente. Nadie, cuando está iniciando una relación amorosa, se muestra tal cual es. Es un enamora-miento... Al principio, todos nos las damos de gentiles, delicados, valientes, sabios, trabajadores, y al cabo de un año, todas esas cualidades han desaparecido para dejar ver al monstruo que realmente somos. Un monstruo que hace mínimo una deposición fecal diaria, con granos, mocos, que escupe cuando habla fuerte, que duerme con los ojos entreabiertos y hace sonidos desagradables, que ve mucha televisión, que regaña, que no tolera los susurros, que es obsesivo con el orden o increíblemente desorganizado y sucio, que no se lava el pelo, que lava sus manos 14 veces al día...

Es posible que pensemos que vamos en búsqueda de la felicidad en el amor, pero lo que realmente buscamos es algo conocido. Estamos buscando recrear, en nuestras relaciones adultas, los mismos sentimientos que conocíamos tan bien en la infancia, y que rara vez se limitaban a la ternura y al cuidado. El amor que la mayoría de nosotros habrá probado desde el principio se confundió con otras dinámicas más destructivas: sentimientos de querer ayudar a un adulto que estaba fuera de control, de ser privado de la calidez de un padre o de una madre o de su ira, o no sintiéndonos lo suficientemente seguros como para comunicar nuestros deseos más truculentos. Cuán lógico, entonces, que nosotros como adultos, nos encontremos rechazando a ciertos candidatos, no porque sean los equivocados, sino porque son un poco (demasiado) los correctos, en el sentido de parecer excesivamente equilibrados, maduros, comprensivos y confiables, dado que en nuestros corazones, tal corrección se siente extranjera y no ganada (no merecida). Perseguimos a otros más emocionantes, no bajo la creencia de que la vida con ellos será más armoniosa, sino por una sensación inconsciente de que será tranquilizadoramente familiar en sus patrones de frustración.

La semana pasada estuve hablando con mi gran amigo, escritor y filósofo, Nikólaos Chalavasis, sobre el amor (por cierto, recomiendo sus obras). Me dijo que existen dos tipos de amor: el amor tiránico, que pretende poseer al otro e imponerle los ideales propios (que es el tipo de amor más común) y el amor como un ejercicio de leer al otro como un texto, y como tal, es necesario desentrañarle y preguntarse(le) por su historia. Como texto, debe leerse sin pretensiones de modificarlo o ajustarlo a nuestros deseos. Le objeté que en cualquiera de los dos casos hay una esperanza de encontrar algo, un deseo, un supuesto y ambos estuvimos de acuerdo en que el amor, en cualquier caso, supone una agustia. «El amor no me deja dormir», me dijo, «Amar me intranquiliza».





Comentarios

Entradas populares de este blog

El Enigma del Humor

26 de enero

25 de febrero